Formentera

El paraíso es de color turquesa.

Si pienso en verano, pienso en sol y aguas turquesas. Mares que se funden con el infinito cielo. Aguas en las que te adentras poco a poco, sin prisa, sin pausa. Sintiendo el frescor avanzando a milímetros por mi piel.

Cuando pienso en verano, pienso en el Mediterráneo. En las largas horas de bailes de luces. Atardeceres que se reflejan en el vaivén de las saladas aguas. En las comidas que no acaban acompañadas de risas. Compartir miles de brindis helados.

Si pienso en verano, pienso en amistad. En compartir horas, días e incluso semanas con mi otra familia. En reír hasta que ya no sabes porqué, simplemente porque estás feliz. En bailar sin saber qué hora es ni cuánto tiempo llevo bailando. En sentirme libre de hacer miles de tonterías que sólo a nosotros nos hacen gracia.

Cuando pienso en verano, pienso en Formentera. Esa pequeña isla repleta de belleza natural. Ese trozo de arena rodeado de turquesa. Lenguas de mar sobre las que el sol baña tu cuerpo. Música del mar y de chiringuitos donde celebrar. Faros, carreteras, calas, playas, rincones que fotografiar. Un pequeño trozo de mundo donde se encuentra todo.

¿Se te ocurre mejor manera de comenzar el verano? A nosotros tampoco. Aprovechando mi estancia en la isla vecina, Ibiza, Javi me preguntó: «¿Y si nos vamos a Formentera el sábado?«. No está en mi ADN decir que no a un viaje, así que dos días después madrugamos para coger el primer ferry de la mañana 😄. Aunque es importante recordar que no sólo se llega al paraíso desde Ibiza, pues desde mi otra tierra, Alicante, y más concreto desde Denia, también es posible llegar. Sea desde donde sea, al ir en ferry, puedes llevar tu coche, aunque nosotros hemos optado por alquilarlo, que también hay muchas y variadas opciones de moverte por esta isla de apenas veinte kilómetros de largo.

Formentera no es grande, pero tiene muchas cosas que enseñarnos y muchos lugares donde detenerse. Lo mejor, recorrerla en coche o moto. Como somos cuatro más uno, coche. Lo bueno también de llevar coche es llevar nevera repleta de bebidas y fruta, que siempre puedes ir comprando hielo si hace falta y así mantener todo bien fresquito.

   — ¡Buenos días! No sé vosotros, pero yo me muero de sueño — digo mientras me dejo caer encima de Bárbara y saludo a Toni, que han llegado antes que nosotros al puerto.
   — Ahora en llegar lo primero café, coche y ya verás como con el primer baño te espabilas — a Bárbara, que es la que mejor conoce Formentera, le ha tocado ser la guía.
   — Perfecto — digo sonriendo —. ¿Y Lana no tiene sueño? — saludo a nuestra quinta compañera que se viene con nosotros en este viaje.
   — Que va, ella es la que más energía tiene de todos nosotros — contesta Toni mientras juguetea con ella y la acariciamos.
   — ¿Quién va a correr por la playa hoy, eh? ¿Quién? — a Javi le encanta correr con ella, así que ya los visualizo correteando y jugando en las aguas de Formentera.

Para ir a Formentera hay que llegar en barco o en barco 😅. O vienes desde la península, pues es posible llegar desde Denia, o ir a Ibiza en avión y desde aquí cambiar de transporte hasta llegar a Formentera, que es lo que he hecho yo. Comenzamos a ver movimiento hacia el ferry, así que agarramos mochilas, nevera y preparamos los billetes. ¡Al abordaje!

   — Chicos — les digo al ver movimiento en el puerto, aunque sin demasiado entusiasmo pues he de reconocer que no soy muy fan de los vehículos que flotan (soy de mareo sensible) —¡pasajeros al barco!

Vale, a mí lo de los barcos confieso que no me va mucho, pero creo que no llega ni a media hora para llegar a la otra isla. Y que te de la brisa matutina así de buena mañana, es otro modo de tomar café

Embarcamos y nos ponemos en la parte superior, en el exterior. Y enseguida, vemos que quitan las pasarelas y que el comenzamos a movernos. En apenas unos minutos ya estamos navegando. Y bueno, que se esté alzando el sol por el borde del mar, te sople el viento en la cara cual jarra de agua fría y olor a libertad, realmente no está nada mal.

Media horita después, que, sorprendentemente ha pasado muy rápida, ponemos pie en «el último paraíso». Formentera es la hermana más pequeña de las Baleares, y de punta a punta hay apenas veinte kilómetros. Pero ojo, que de costa son sesenta y nueve kilómetros. ¿Ahora parece más grande, verdad? Pues no, es la misma isla. Y como somos 5 y Lana en moto como que no la veo, hemos reservado un coche de alquiler. Aunque el viaje ha sido un poco improvisado, mejor reservar estas cosas. Aunque me encantaría hacerlo en moto, así que nada, ya tengo mi excusa para volver 😁. Y aunque yo soy bastante fiel a mi buscador, recomiendo mirar en la web oficial de Turismo de Formentera para encontrar negocios locales para el alquiler de coches y, sobre todo, de motos.

Y ahora sí, ese momento que tanto estaba esperando. Cafeína circulando por mi sangre, hielo, papas, fruta y resto de víveres necesarios para supervivencia playera en la nevera y todo cargado en el coche. Formentera, hoy soy sólo tuya.

En poco más de diez minutos de risas y emociones en el coche, llegamos a nuestra primera parada. Dejamos el coche y andamos unos minutos, muy pocos. Y sí, el paraíso está en el cielo porque se llega andando por la luna y es de transparente añil.

   — Creo que no había mejor manera de presentarme Formentera — miro a Bárbara sonriente.
   — Paciencia, que aún no hemos visto nada.

Y así, sin más, correteamos por la luna de Can Marroig, dejamos las mochilas, nos quedamos en bañador y nos lanzamos al Mediterráneo. Bienvenido verano. Qué ganas tenía de sentirte.

Al ser una escapada un poco exprés, no queda mucho margen para hacer lo que más me gusta de los viajes, que es disfrutarlos tranquilamente. Pero bueno, tengo claro que esta es sólo la primera de muchas visitas a la pitiusa menor, así que hoy el plan es disfrutar, por supuesto, pero exprimir el tiempo. No hay tiempo para posados interminables buscando la mejor foto, aunque en mi caso casi nunca los hay, y es casi imposible hacer una foto en Formentera y que no salga bien. Además, la auténtica belleza no está en las personas en bañador tomando el sol y en posados artificiales, está en el propio paisaje, en el fondo de esas fotos, en los colores de la propia naturaleza. Quiero un filtro que capte esos colores tal y como los veo, cada brillo, cada tono. ¿Existe?

Tras un breve pero idílico baño, volvemos al coche y recorremos apenas ocho kilómetros. Ocho kilómetros que parecen cincuenta pues tardamos como veinte minutos en recorrerlos. Sí, demasiado tiempo para tan poco trayecto tan pequeño, pero, cuando llegamos a Cala Saona, el tiempo se detiene. Bajamos por un arenal a una cala entre acantilados y casetas varadero de pescadores, la decoración perfecta al azul turquesa que alcanza el infinito. Plantamos nuestras toallas, ponemos la sombrilla, pues aunque estaremos poco tiempo, el sol es fuerte y quedan muchas horas por delante.

Cala Saona 📌 Foto de La Cuentaviajes

Javi, Toni y Lana corren por la orilla. Bárbara y yo tomamos el sol observando al infinito, hablando de todo y de nada. Y me cuenta los hermosos atardeceres que hay en esta cala y la cantidad de gente que viene a contemplarlos. Es por eso que, aunque me encantaría contemplarlo, no será hoy, pues hoy disfrutaremos de las tonalidades de Cala Saona con las tempranas luces de la mañana.

Miro el reloj y son cerca de las once. El sol comienza a notarse cada vez sobre la piel.

   — ¿Un bañito o qué?
   — Sí, por favor — contesta rápidamente Bárbara mientras sin pensárselo ni un segundo comienza a levantarse de la arena — ¡Ven Lana!

Voy al agua y accedo lentamente, pero sin detenerme. Paso a paso contemplo mis pies bajo el agua transparente. Comienzo a notar el frescor ascendiendo por mis piernas. Veo a Javi, y sé que se prepara para salpicarme. Bingo 😂, noto el agua salpicando por mi espalda pues la inercia hace que me de la vuelta. Nos reímos y corro en el agua hacia él, como si fuera a chapuzarle, pero él no huye. Él me espera, me abraza y nos hundimos en el agua. Porque no existe un paraíso si no es con aquellos que te hacen feliz, con quienes puedes ser tú en todo momento y aún así te quieren, y aún así te eligen. Qué distinta se vería toda esta belleza, aún siendo la misma, si no estuvieran ellos.

   — Venga, nos secamos un poco y nos vamos. ¿Queréis agua o algo fresco?
   — ¿Una cervecita, Toni?
   — Venga, dame una — contesta mientras estira la mano para agarrar una cerveza fresca.
   — Para mí de momento agua, gracias — le digo a Bárbara —, y un poco de sandía fresquita tampoco vendría mal.
   — Y pásame el cuenco, que le ponga algo de agua a Lana.

Rehidratados y secos, demasiado secos ya, retomamos la marcha. Es hora de foto, así que aunque acabamos de salir de la playa nos acicalamos un poquito que al menos tengamos una foto de recuerdo. ¿Adivinas cuál es el fondo de esa foto? Seguro que sí, porque es una de las postales más famosas de toda Formentera.

A veinte minutos de que sea medio día, llegamos al Cap de Barbaria para contemplar su faro y compartir sus vistas. Esas vistas a un azul brillante infinito, a la eternidad. Nos acercamos por la recta carretera y siento cada vez más pequeña. Y Como dice Lucía en la película aunque en distinta tesitura, “me voy a morir de tanto amor”.

Contemplamos el faro a su alrededor, contemplando vistas, haciendo fotos, hasta que Toni nos indica para que vayamos hacia la derecha del faro, donde cuatro palos unidos por una cuerda marcan en el centro un agujero en la tierra.

   — A mí la espeleología no me va mucho, que me da agobio  — digo mientras me aparto un poco.
   — No, tranquila — me dice Toni mientras viene en mi busca para que entre en el agujero.
   — De verdad que me da cosa.
   — No es una cueva estrecha ni pequeña — me dice Javi para tranquilizarme —. Y no es profunda ni larga, es un mirador que te va a encantar, haznos caso.

Por supuesto, me fio de ellos, así que le doy la mano a Javi y de uno en uno bajamos una pequeña escalera que da acceso a una cueva, pero una cueva que está en lo alto del acantilado y en su ventana exterior, entre el marrón rojizo de su estructura, resalta el intenso azul iluminado por el sol. Hipnotizada, avanzo hacia la apertura para contemplar las impresionantes vistas y…

«…cuando el cuento llega al final no se acaba,
sino que se cae por un agujero y el cuento reaparece en mitad del cuento.»

Cova Foradada 📌 Foto de La Cuentaviajes

Salimos de Cova Foradada para continuar sorprendiéndonos de cada rincón de este paraíso. Pero a cada rato me volteo para mirar de nuevo, para guardar la imagen bajo llave en mi mente y esta sensación en mi alma.

   — Parar, parar — dice Bárbara de pronto —. No podemos irnos sin la foto.
   — ¡Ah, vale! — contesta Javi aliviado —. Y yo pensando que se te había olvidado algo en la cueva y teníamos que volver con el calor que hace.
   — Nooo, es que tenemos que inmortalizar este viaje.
   — Vale — le digo a Bárbara adelantándome a ella —, pero de esta foto me encargo yo. Indícame para que salga el selfie perfecto.

Ella y Toni, que son los fotógrafos del grupo, me ponen en posición y se colocan todos para que las vistas sean perfectas y salgamos todos en la foto.

   — Vale, ¿preparados? Pues tres, dos, uno… ¡CHEESE!

Cap de Barbaria 📌 Foto de La Cuentaviajes

Vale, no es la única foto, hemos hecho como veinte, pero es la más decente. Y en el camino al coche seguimos mirando las fotos, la cara de Javi en esta foto, Toni que ha cerrado los ojos y abierto la boca en la otra, yo tuerzo un ojo no sé muy bien el motivo, Lana se ha movido en dieciocho de las veinte fotos y Bárbara… bueno, ella ha salido bien en casi todas 😄.

De nuevo en el coche, botellas de agua en mano, nos espera media horita de trayecto al siguiente punto, pues cruzamos la isla por completo. Pasamos por los mágicos pueblos de Sant Francesc Xavier y Sant Ferran de ses Roques, y escucho a la guía que me cuenta que Sant Francesc es la capital de la isla, que en el centro hay muchos comercios boutique muy atractivos y que también hay un mercadillo, pero que si nos paramos y nos ponemos a mirar cosas nos quedaremos pobres y sin haber visto la isla.

   — Otro viaje nos venimos las dos en plan mercadillos, que te va a encantar esa otra Formentera.
   — Te tomo la palabra — le digo sonriendo, mientras se oye a Javi y a Toni refunfuñar porque ellos también se apuntan.

Y Sant Ferran, en pleno corazón y siendo punto de encuentro de hippies y bohemios durante los años sesenta y setenta, es parte de esa energía tan característica que desprende la isla. Hoy en día es enclave de arte, de música y de artesanía.

Pero continuamos por la carretera principal, la PM-820, en dirección al este, a la nacida del sol. Detenemos la conversación por unos minutos porque comenzamos a ascender por parajes naturales en cuyo fondo se observa el mar y es magia. Bajo la ventanilla y dejo que la brisa, aunque calurosa, golpee mi rostro. Necesito sentir que es real, el tacto del aire y el olor a vegetación salada. Hay un mirador, pero decidimos no parar y continuar, porque sé que las vistas desde arriba serán difícilmente superables.

Continuamos hasta que la vegetación deja paso a Pilar de la Mola, pueblo situado en la meseta más elevada de toda la isla. Meseta que alcanza su punto más elevado a ciento noventa y dos metros sobre el mar. Y allí, en un acantilado a casi doscientos metros sobre el nivel del mar sobre el que se alza otro majestuoso faro, nos detenemos. Contemplamos con cautela el mar a nuestros pies y la inmensidad en el horizonte. Me siento cerca del borde, no demasiado cerca y con mucha cautela, pues lo de los saltos no es lo mío. Y allí sentada, viendo como la gente se saca fotos y oyendo a las gaviotas sobrevolar riendo por encima de nuestras cabezas, sólo puedo pensar en qué bonito es el mar.

Faro de la Mola 📌 Foto de Canva

Aunque ha sido un recorrido de más de media hora para estar apenas quince contemplando las imponentes vistas, retomamos la marcha antes de que sea la una de mediodía, pues Bárbara y Toni nos han dicho que vamos a una de sus calas favoritas de las pitiusas, no sólo de Formentera. Así que estoy deseando verla.

No han pasado ni diez minutos y dejamos el coche cerca del hotel Riu La Mola, muy chulo para cuando vengamos a pasar varios días, y comenzamos a caminar por terrenos arenosos hasta alcanzar la parte alta del Caló d’Es Mort. Vamos a comenzar a bajar por una especie de escalera en la roca cuya barandilla la forma un trozo de manguera, pero antes de bajar me detengo apenas unos minutos porque las vistas son de infarto. No sé si de ahí lo de Caló d’Es Mort, pero me lo creería a pies juntillas si me dicen que alguien se murió al contemplar estas vistas, pues a mí por un instante me ha faltado el aire.

Caló d’Es Mort 📌 Foto de La Cuentaviajes

Bajamos con cuidado, pues aunque me podría haber quedado allí arriba mirando al vacío, embobada, durante horas y no cansarme, lo cierto es que al sol también le gusta estar en Formentera, porque lo noto muy cercano. Así que darse un baño en estas agua fresquitas, transparentes, paradisiacas, es un deleite que no se puede rechazar. Mochila al suelo, ropa fuera y para adentro, pues veo pececillos que nos esperan para que nademos con ellos.

El transparente agua de Formentera tiene un claro porqué. Hoy en día hablamos de turismo sostenible, pero para ello se ha de tener el conocimiento básico para ser conscientes del impacto que tenemos sobre el medio. En el caso de Formentera, disfrutamos de sus aguas, pero quiero disfrutarlas dentro de veinte o de cincuenta años, y que los que vengan después sigan disfrutando de estas aguas. Pero, ¿a qué se debe esta hechizante transparencia? Pues a unas plantas de 100.000 años, que son el mejor filtro natural que existe, frenan la erosión de la fuerza de las aguas y ofrecen un hábitat único a miles de especies de vegetación y faunas marinas.

La Posidonia, esa pequeña planta que forma praderas y da tanta vida. Sin ella, las pitiusas no serían lo mismo. Y seguro que estos peces que me acompañan en mi baño tienen allí su hogar. Todos conocemos las bases de cuidar el medio natural, y la principal es no tirar residuos e impactar lo menos posible sobre estos entornos tan importantes y delicados.

Como me gusta investigar sobre los lugares que tengo la oportunidad de conocer, a través de Turismo de Formentera y de leer sobre «el ser vivo más longevo del mundo», he descubierto el proyecto Save Posidonia Project. Un proyecto solidario que Formentera puso en marcha en 2017 a través del cual se apadrinan metros cuadrados de esta magnífica planta. ¡Un metro cuadrado de posidonia por un euro! Es bonito comprar estrellas de un cielo que nos es tan lejano, pero es muy gratificante comprar metros cuadrados de vida.

Y con la satisfacción de poner mi granito de arena a que este paraíso permanezca por siempre, comienzan a sonar mis tripas pidiendo sustento.

   — Chicos, ¿a qué hora vamos a comer?
   — Pues si queréis vamos ya hacia el chiringuito y después de comer continuamos.
   — Sí, por favor, que se oyen mis tripas hasta en Ibiza.

Recogemos rápido porque hemos traído lo justo, ya que vamos a comer justo aquí, en el Kiosko Bartolo, un lugar muy conocido y no es de extrañar, porque el sitio y las vistas son de los que tanto me gustan a mí, de cuento. Tortilla de patatas, todo un clásico, y deliciosas hamburguesas. Y por supuesto, una jarra de sangría bien fresquita que sabe a néctar de dioses.

Y con energías recargadas, montamos de nuevo en el coche.

   — Pasajeros, primera parada exprés: Ses Platgetes. No hay mucho tiempo, pero no podemos irnos sin verla. — Bárbara está siendo una guía fantástica.

Dejamos el coche en Es Caló de Sant Agustí y disfruto de las vistas de un poblado marinero. Me dicen que aquí se disfruta de excelentes pescados y es una zona muy recurrida por locales. Se nota pues la presencia de turistas es algo menor. También se debe en parte a que el mar suele estar más movido en este lado de la isla, aunque hoy hace un día perfecto para disfrutar del lado este.

Bajamos un poco la comida mientras paseamos por estos arenales y contemplamos las fantásticas vistas de los acantilados de La Mola. No sé si imponen más desde allí arriba o desde aquí abajo. Contemplar desde ambos lados ofrece una perspectiva total de la belleza de estos acantilados.

Breve paseo, pues volvemos al coche para ir a otro kiosko, en el cual me han chivado que también se come muy bien, y disfrutar allí de un delicioso mojito, y un té helado para la guía-conductora. Justo al lado del Kiosko La Franja, en plena playa de Migjorn, hay unas lenguas de mar de las que es difícil irse, pero muy fácil quemarse. En apenas una hora, aunque llevamos unas cuantas de exposición solar, comenzamos a pillar un color más bien rojizo. Nos ponemos de nuevo crema, muy importante porque realmente el sol pega, y eso que estamos en junio. Y estar en las lenguas engaña, porque te sientes fresquito al estar en el agua, pero el sol te estando dando un repaso todo el tiempo. Incluso Lana ya comienza a quedarse al resguardo de la sombrilla todo el tiempo.

He de decir que esta playa me ha encantado. Cinco kilómetros de playa, aunque nosotros estamos en apenas tres metros de la misma, pero es una de las mejores playas en las que he estado nunca. Obviamente, cada playa, cada destino, tiene unas características que las hacen únicas. Pero realmente Migjorn, que no es la playa más famosa de Formentera por así decirlo, me ha sorprendido mucho y para bien.

Estamos una horita, no más porque realmente se está tan bien que terminaremos churrascados y no es la idea. Y Bárbara nos recuerda que el plato fuerte lo está dejando para el final. Así que animada por la intriga de seguir descubriendo este edén, volvemos al coche para ir hacia las playas más famosas de Formentera, pero haciendo paradas en el camino, por supuesto.

Primera parada de esta última ruta, Cala en Baster. Nueva cala refugio de pescadores, a la que accedemos bajando por unas escaleras abiertas en las piedras. No es un acceso complicado, simplemente hay que tener cuidado en no resbalarse. Pero merece la pena el pequeño descenso con tal de ver en los huecos de las elevadas paredes los varaderos de los pescadores, ofreciendo una imagen peculiar y única.

Cala en Baster 📌 Foto de Canva

Desde allí continuamos hacia el norte, hacia la zona de Es Trucadors. Nuestro destino es las famosas Ses Illetes, pero antes de ir allí nos detenemos en la vecina playa de Llevant, pues aunque no es tan famosa, es igualmente fabulosa y con menos bullicio, lo cual también es de agradecer muchas veces. Paseando por la playa hay puntos en los que apenas cincuenta metros separan estas dos playas, así que realmente avanzamos disfrutando de ambas.

Paseamos por las fotografiadas pasarelas a Ses Illetes, sí, esa playa tan famosa que en más de una ocasión se la ha declarado como una de las playas más bellas del mundo, ahí es nada. Y cuando una playa ostenta tanta fama, crees que ya la conoces porque la has visto cientos sino miles de veces en fotos. Ah no, que va. Ses Illetes hay que verla en persona. Parece que sea la primera vez que la contemplo, pero lo de que la realidad supera a la ficción también es aplicable a la belleza de cada zona de esta pequeña isla.

Su nombre se debe a que desde la orilla se pueden ver los islotes de Illa des Ponent, Illa de Tramuntana, Escull des Pou, Illa Rodona, Escull d’en Paia y Racó des Palo. Eso junto a sus aguas turquesas y transparentes que parecen una piedra preciosa, hacen de ella una playa perfecta.

Tanto que no puedo resistirme, el mar me llama. Me adentro educadamente en él, tranquilamente, disfrutando cada centímetro de agua que se eleva en mi avance. Y me lanzo suavemente, y buceo, y me vuelvo hacia arriba para sostenerme en estas mágicas aguas contemplando los rayos de sol que me siguen acariciando. Con mis oídos sumergidos, desaparece el ruido del bullicio y sólo oigo al mar, siento que me habla. Y dejo que me cante al oído con sus melodiosas olas.

Tras un delicioso baño, me dirijo a Javi para ir a lo alto de la duna para contemplar y retratar la lengua de arena que conforma el bucólico paraje de Es Trucadors. Un delgado camino de tierra entre aguas turquesas que se dirige a Ibiza, aunque desaparece a lo lejos sin llegar a tocarla. Es como si la pequeña de las pitiusas extendiera una mano hacia su hermana mayor.

Y con esta poética imagen, me reclaman nuevamente.

   — Vamos — me dice Javi —, que sé que te encantan los atardeceres y creo que el de hoy te va a encantar.
   — Si me lo vendes así de bien, vámonos — le contesto sonriente. Soy feliz con pequeñas cosas y grandes atardeceres 😊.

De camino hacia el coche, nos desviamos hacia la derecha.

   — No podemos irnos sin ver Cavall d’en Borràs — indica Bárbara entusiasmada.

Y al llegar entiendo porqué. Porque #nohayveranosinbeso.

   — ¿Es aquí dónde vamos a ver el atardecer? — pregunto feliz y ya viéndome con una ‘ B ‘ en la frente y mojito en mano.
   — Bueno, si quieres sí, pero hemos pensado que te gustaría más otro sitio.

Lo pienso extrañada durante un instante. El Beso Beach es otro de los lugares famosísimos de la isla, así que es un misterio qué lugar me podría gustar más. Pero yo me dejo sorprender, y me encanta que me consigan sorprender…

   — Vale, llevarme hacia ese atardecer que tanto promete.

Volvemos al coche y veo que volvemos hacia Migjorn de nuevo. Pensaba que la idea era dirigirnos hacia el norte al final del día para estar más cerca del barco, pero no digo nada. Simplemente disfruto nuevamente de las vistas y pienso «¿y si nos quedamos a dormir?». Creo que no me quiero ir 😅.

Casi veinte minutos después, siendo ya casi las ocho y media de la tarde, llegamos a un punto más al este de la playa de Migjorn. Me dejo llevar hasta que avanzando veo una bandera negra y escucho música. ¡La mejor música! Miro a Javi, feliz, y él se ríe. Sabe que ha hecho pleno. Lo que hace año fue un bus reconvertido en bar de playa al que acudieron personajes como Pink Floyd y Bob Dylan entre otros y se disfrutaba de la mejor música, hoy se ha convertido en el mítico Pirata Bus con toda su esencia original. La mejor música de hace cuarenta años sigue presente, y a mí me encanta esa música.

Enamorada de la sensación, cervecita en mano, unas tapas que valen de cena, buen ambiente, buena música y la mejor de las compañías, brindamos, bailamos, jugamos con Lana mientras cae el sol. Es sin duda uno de los mejores atardeceres, no sólo por las espectaculares vistas, sino por el conjunto de todo ello, el valor añadido.

   — Y ahora, ¿cómo quieres que me vaya de aquí?
   — Sé que no quieres — me contesta Javi dándome un abrazo —, siempre podemos mirar un hotel y volver por la mañana.
   — Bueno, si nos quedamos podemos volver mañana por la noche.
   — Sabes que mañana te pasará lo mismo, que no te querrás ir. Pero hay que volver.
   — ¿Seguro tenemos que volver?

Atardecer en Formentera 📌 Foto de mguitartroig.draw

Javi ya ni contesta, sólo se ríe y me abraza. Y en ese preciso instante, los cinco contemplamos el sol caer. Nos dejamos atrapar por un instante más por la magia de Formentera.

Lo bonito de vivir es dejarse llevar por la magia de cada momento.

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