Amar bajo las estrellas

«¿Qué es el amor? Es la estrella del amanecer y el anochecer» (Sinclair Lewis)

El amor, esa sensación que me arrastra. Sí, quizá sea porque soy bastante enamoradiza, aunque no fácil de enamorar. Me gusta disfrutar los pequeños detalles y amo (sí, amo) mi tranquilidad.

Hoy en día el trabajo, las obligaciones, las cargas, el tiempo… El tiempo me lleva en una carrera constante. Parece que pasa tan rápido que se escapa. Intento ir a su ritmo, pero muchas veces siento que se me escurre entre los dedos. Y por incomprensible que parezca, cuando me saca ventaja he aprendido que no he de hacer un sprint, pues me quedo sin aliento y encima se aleja más. Si me paro y cojo aire, parece que él reduce el ritmo y es entonces cuando retomamos la marcha juntos.

En búsqueda de ese momento únicamente mío, de esa pausa, me dirijo a un lugar muy especial. Ya en el coche de camino a mi encuentro, disfruto del paisaje que el centro peninsular me ofrece. Esos llanos interminables que en tantas novelas han sido retratados. ¿Qué decir de Castilla La Mancha que no se haya dicho ya? Pues quizá me sorprenda…

En menos de dos horas llego a un municipio cuyo nombre da una pista de este viaje, Villahermosa. Situado al sureste de Ciudad Real, en pleno campo manchego, se encuentra este municipio con siglos de historia y rodeado de hermosos enclaves que visitar. Pues justo antes de llegar he pasado al lado de un lugar que me encanta, las Lagunas de Ruidera. Estando en un entorno tan hermoso como el municipio anuncia, no podía haber elegido un enclave mejor en el que dejarme enamorar.

Pero me alejo de la metrópoli y llego, por fin, al Hotel Zielo las Beatas. Llego allí con altas expectativas pues la experiencia que ofrecen me tiene fascinada desde que la descubrí. Quiero rodearme de la inmensidad del universo sin muros, sin luces, sin más ruido que el viento y, quizá, música que me acompañe. Y quiero estar, literalmente, dentro de una burbuja.

No encuentro ningún problema para aparcar, así que me dirijo a la recepción para comenzar esta deseada vivencia. Como siempre, mi pequeña maleta me acompaña, y esta vez casi vacía. Apenas algo de ropa y un buen libro, pues leer aquí debe ser arrebatador.

   — Buenas tardes — saludo nada más entrar.
   — Buenas tardes, bienvenida — me saluda una amable recepcionista —. ¿Tiene reserva?
   — Sí, aquí tiene.
   — Genial señorita Lidia. Deme un minuto para hacer el registro y la acompañaremos a su burbuja.

¡Es tan emocionante que vaya a alojarme en una burbuja! El edificio alberga el Hotel Finca Las Beatas, hotel rural donde se encuentra el Restaurante y la Cafetería. Una finca grande, con grandes espacios abiertos donde se encuentran las cinco burbujas con nombres muy cósmicos: Kepler, Galileo, Halley, Copérnico y Newton, esta última totalmente transparente. Ahí es nada.

Tal y como me había indicado la recepcionista, una vez realizado el check-in me acompaña a mi habitación burbuja, donde por una noche disfrutaré del sosiego del universo. El acceso está perfectamente ideado para la discreción, pues se ha de realizar un pequeño zig-zag para acceder a la parcela. Sí, tengo un espacioso terreno con su mesa, sus sillas, su zona chill out y mi habitación dentro de una burbuja. La había visto ya un montón de veces en fotos, pues iba arrastrando las ganas de venir, y aún así es como si fuera la primera vez que la veía. No sé, resulta curioso el tipo de estructura. Y bello, a mí las formas circulares, suaves, me resultan muy agradables.

   — Había reservado un masaje a las 18.00 horas, ¿verdad? — me pregunta la recepcionista antes de irse.
   — Sí, exacto — le contesto —. ¿Debo dirigirme a alguna parte?
   — No, no. La masajista vendrá aquí a esa hora. Igualmente la avisaremos 5 minutos antes por teléfono si le parece.
   — Perfecto — contesto no sólo por la parte del masaje, sino por el conjunto. Ahora mismo todo me parece estupendo.

Interior Burbuja 📌 Foto de Hotel Zielo las Beatas.

A falta de una hora para mi deseado masaje, accedo a mi burbuja. Me resulta tan raro como fascinante. Dejo mi pequeña maleta, observo el telescopio, aunque aún no es buen momento para ver nada, e investigo cada rincón. Es emocionante y acogedor. Abro la maleta y cojo mi libro para tirarme en la cama King Size. Apenas me estiro en la gigante cama cuando pienso «no, hace un maravilloso día y me apetece un té frío con limón y leer en ese butacón que hay ahí fuera».

Dejo el libro en la mesa y me dirijo a la cafetería, así puedo disfrutar un poco de los exteriores. Paseo por los jardines, disfruto del verde paisaje y respiro vivificante aire, hasta alcanzar la piscina. En medio de tierras manchegas, en un cruce de culturas españolas, en una planicie a 1000 metros de altitud, la calma que se siente es casi tan hechizante como la experiencia que ofrece.

Deleitando cada uno de mis pasos, subo una blanca escalera desde la que se puede otear el complejo. Y sin más pausa, me dirijo a la cafetería sonriente.

Hotel las Beatas 📌 Foto de Hotel Zielo las Beatas.

   — Buenas tardes — saludo animada apenas abro la puerta.
   — Buenas tardes señorita, ¿qué desea?
   — Pues me gustaría un té con limón y hielo, por favor.
   — Por supuesto — me indica el amable camarero —. ¿Para tomar aquí?
   — No, sería para llevármelo a la burbuja — que raro suena decir eso — y tomarlo allí.
   — Pues no se preocupe, dígame en qué burbuja está y en unos minutos se lo acercamos si lo prefiere.
   — ¡Ah, pues genial!

Así que me adelanto y retomo el paseo de vuelta a mi burbuja. Me siento feliz cual ninfa en su amada naturaleza. Accedo a mi parcela cercada con brezo y me siento en la butaca con el libro abierto entre mis manos. Pero apenas empiezo a leer, me avisa el camarero y le indico que pase. Deposita el té en la mesa frente a mí y yo sonrío. Creo que es simplemente Felicidad.

Doy sorbos a mi té mientras paso páginas y páginas que me transportan a otro tiempo, un tiempo en el que los problemas de la vida diaria eran otros. Una época en la que el tiempo no pasaba tan rápido, aunque era casi siempre más breve. Absorta en este momento de disfrute, comienzo a oír a los lejos una llamada. Creo que es hora de dejarme transportar por la relajación.

Accedo con el libro a la burbuja y lo deposito sobre la cama. En apenas unos instantes la masajista esta en la entrada con la camilla en la mano. La invito a pasar.

   — Buenas tardes — saluda amablemente.
   — Hola.
   — ¿Dónde prefiere el masaje, dentro?
   — La verdad que hace muy buen día — le indico mientras miro al cielo, costumbre muy común de mirar al cielo cuando hablamos del clima —, pero creo que quizá para el masaje pueda tener algo de frío.
   — Sí, una vez está el cuerpo relajado, yo le aconsejaría dentro — me dice la masajista.

Accedemos a la burbuja, totalmente destapada. Aún quedan un par de horas de sol, pero es un momento perfecto para disfrutar de un buen masaje mientras el sol comienza a caer. Voy al baño para desnudarme y dejar sólo la parte baja de la ropa interior. Me enrollo una toalla y salgo de nuevo. La masajista ha colocado la camilla de manera que mi cabeza quede hacia la parte transparente y así estar en mayor conexión con el exterior.

Y ahora sí, me coloco en la camilla y a mi nariz llega el suave aroma de los aceites de masaje que la masajista pone sobre sus manos. Las frota para que el aceite tome algo de su temperatura corporal y las coloca sobre mi espalda. La primera es una sensación algo gélida a pesar todo. Pero el movimiento de sus manos realizando diferentes recorridos sobre mi desnuda piel, alternando la presión en diferentes puntos, transforma esa frialdad en una evocadora relajación que paraliza cada vello de mi cuerpo. No puedo pensar en nada más que en el punto donde me está tocando a cada momento. La escápula, el flanco, las lumbares, las cervicales… Cuanta tensión acumulada en un espacio de ni tan siquiera sesenta centímetros de largo.

Sin saber cuánto tiempo ha pasado ni dónde me encuentro, repite el procedimiento. Aceite en sus manos, las frota y comienza a masajear mi tobillo derecho. Y, poco a poco, sus manos comienzan a ascender mientras continúan masajeando ejerciendo leves presiones sobre mi pierna hasta alcanzar la pantorrilla. Entonces repite lo mismo en mi pierna izquierda, del tobillo a la pantorrilla. Y de vuelta a la pierna derecha, pero esta vez continúa hasta el muslo. Siento mi sangre paseando por mis venas. Y de nuevo, la otra pierna.

Han pasado cuarenta y cinco minutos y es como si hubieran pasado tan sólo cinco. ¿Será esta una manera de competir contra el tiempo?

   — ¿Cómo se encuentra? — me dice la masajista en un tono de voz tan bajo que parece apenas un susurro.
   — Muy bien… — alcanzo a decir mientras me recompongo.
   — Me alegro. Pero no tenga prisa, se puede ir incorporando, a su ritmo, tranquilamente — me indica dulcemente —. Iré recogiendo los aceites. Ahora lo que le recomendaría es una ducha más bien fría, para terminar de activar la circulación de las piernas.

No alcanzo apenas ni a contestar. Estoy como fuera de mí. Siento cada milímetro de mi piel, cada gota de sangre y de agua de mi cuerpo. Pero es como si lo sintiera desde fuera, como si no estuviera dentro de mí. Lentamente, como me ha indicado la masajista, y para no caerme mareada, me deslizo de la camilla colocando un pie en el suelo, ya no sé bien si es el derecho o el izquierdo, pero poco importa. Y como si moviera mi cuerpo desde unos hilos, me dirijo a la cama a sentarme.

La masajista recoge su camilla, se despide tan amable como ha sido en todo momento y se marcha. Alzo mi cuerpo y lo dirijo a la ducha. Cada vez hay menos luz, incluso me atrevería a decir que la primera estrella ya ha venido a saludar. Me desnudo ahora por completo, dejo correr el agua, más bien fría, y me coloco debajo. Y así, cayendo miles de gotas sobre mi piel, vuelvo a sentirme dentro de mi. Inclino suavemente mi cabeza hacia atrás y dejo que el agua acaricie mi rostro. Abro los ojos y contemplo el cielo. Y sin saber porqué, sonrío. De nuevo, felicidad.

Y así, contemplando al cielo mientras el agua me purifica, permanezco unos instantes. Aquí, en este momento, aún sin estar la tierra cubierta de oscuridad, la veo. La primera estrella. Brillante. Ahí sola mirándome desde el cielo y yo mirándola a ella. Es como si una fuerza nos acercara, aunque permanezca inmóvil en el firmamento y yo en la ducha.

Tras este momento mágico y en un estado de extraño letargo, me cubro con cómoda ropa. Hoy es un día por y para mí. Salgo de nuevo a mi trocito de parcela y me siento, con los pies descalzos cruzados bajo mis piernas, a contemplar el anochecer. A vigilar el cielo para contemplar cada nueva estrella que asoma. ¡Te pillé!

No me quiero ir de aquí, podría estar horas y horas contemplando el cielo, pero el apetito comienza a llamarme. El hotel ofrece una exquisita cena romántica, que bien la podría hacer conmigo misma, aunque considero que un ligero picoteo es lo ideal ahora mismo. Y aunque cenar aquí me apetece, decido ir a la terraza del restaurante y así disfrutar también de cada rincón del Hotel.

Terraza del Restaurante 📌 Foto de Hotel Zielo las Beatas.

Sentada en una de las mesas, con una suave iluminación, pregunto al camarero qué me recomienda, pues la gastronomía manchega es extraordinaria y lo único que tengo claro es que quiero jamón, mucho jamón. Unos huevos rotos con jamón ibérico suenan a manjar ahora mismo. Una ración de queso manchego, pues no puede faltar en la mesa. Y algo de verde, como una rica ensalada con tomate de la huerta y delicioso aceite de oliva vigen extra. Todo ello acompañado de un vino D.O. La Mancha, que me tomaré tranquilamente en esta noche que es sólo del cielo y mía. Bueno, y un trocito de tarta de queso casera para dar ese toque dulce. Disfruto de una deliciosa cena en una placentera cita con las estrellas.

Pero el postre decido tomarlo en mayor intimidad. De nuevo en mi parcela, acompañada de la tarta de queso y de vino, me siento en mi rincón con algo de la mejor música de los 80, suavemente, para no molestar a las parcelas contiguas. No sé ni cuánto tiempo habré estado cenando, pero no hay prisa. De aquí a que salga el sol tenemos tiempo. Copita de vino en mano, me deleito con el delicioso postre. Y una vez terminada la exquisita tarta, no me muevo. Apoyo mi pie descalzo en el asiento elevando mi rodilla. Encima de ella mi brazo libre y, sobre la palma de mi mano, mi barbilla. Y observo el firmamento dando pequeños sorbos de vida. Me siento tan grande y tan pequeña ahora mismo. Y una vez más, sonrío.

Cielo estrellado en Hotel Zielo las Beatas 📌 Foto de Hotel Zielo las Beatas.

La profunda oscuridad de la noche se apacigua con la luminosidad de las miles de estrellas que me observan. Acompañada aún de buena música, decido seguir contemplando este maravilloso espectáculo desde dentro de mi burbuja. Comienzan a ser horas intempestivas para estar fuera, tanto por la música, por muy suave que esté, como por el fresco que penetra en mi piel.

Pero lejos de perderse la magia, se intensifica aún más si cabe. Ver las estrellas desde el telescopio e intentar localizar Casiopea, que suele ser la que más fácilmente localizo, la Osa Mayor y la Estrella Polar. Buscar en el móvil las constelaciones según la época del año y conocer a una constelación nueva para mí es como un juego. O, simplemente, tirarme en la cama y contemplar las estrellas. Dejarme llevar al infinito y volver a cada instante en una constante batalla entre la inmensidad y el raciocinio, pues miles de pensamientos se disparan en mi mente como estrellas fugaces. Pero así, como si de estrellas fugaces se tratasen, aparecen y dejo que desaparezcan. No puedo controlar que vengan, pero si que no permanezcan en mi mente. Hoy, por unas horas, disfruto de cada segundo y dejo que el resto de cosas sea lo fugaz, pero no el tiempo.

Sonrío. Y así, sonriendo, viendo el imponente cielo estrellado, me alcanza el sueño. Y abrazada por la luz de las estrellas que traspasa mis párpados, me rindo a los brazos de Morfeo.

A lo lejos comienzo a escuchar un sonido, un sonido que se acerca cada segundo más y más. Alargo la mano y lo silencio. Apenas entreabro los ojos pues debe ser muy temprano. La burbuja sigue descubierta y una tenue luz asoma entre la diminuta apertura de mis ojos. Cierto, puse el despertador porque no quería perderme el amanecer en un sitio como esté.

Poco a poco intento ir abriendo mis ojos. Aún hay estrellas en el cielo, pero ya son muchas menos. El Sol, aunque aún lejano, se aproxima y ellas se despiden. El cielo aún oscuro comienza a tomar tonos azulados. No me muevo, no quiero. Simplemente dejo que mis ojos disfruten de este juego de luces. Me despido una a una de cada estrella. La gama de tonos del cielo me va deleitando en su constante avanzar. Acurrucada sobre la cama, entre mis brazos, una leve sonrisa se dibuja en mi rostro.

Permanezco así durante un buen rato, hasta que la luz gana esta batalla como cada día. Tanta belleza retienen mis ojos que ya no podrán volver a dormir, así que me desperezo, muy tranquilamente. Me incorporo poco a poco, observo la burbuja y la parcela, y estiro mis brazos al cielo. Qué lujo este. Y sin prisas, me dirijo a la ducha. Una tranquila y refrescante ducha matutina para sentir que realmente no estoy soñando.

El desayuno sí he solicitado tomarlo en mi rinconcito. Siento que el tiempo comienza a querer tomar carrerilla, aunque le digo que aún no, que me dé un poquito más de tregua. Y de nuevo, tranquilamente en mi sillón, disfruto del que me sabe al mejor de los cafés. Esta vez no me acompañan las estrellas, pero los rayos de sol me traspasan suavemente. Alzo la cabeza hacia él, respiro profundamente, y siento su calidez sobre mis mejillas. Y, porqué no, sonrío.

Hotel Zielo las Beatas 📌 Foto de Hotel Zielo las Beatas.

Felicidad, tan complicada y tan sencilla. ¿Qué eres si no amor? El amar a otros, el amar a cada instante, a cada bello sentimiento que nos inunda, eso es felicidad. Siempre de la mano, pues quién dijo que el amor duele creo que estaba equivocado. Lo que duele es cuando el amor falta. Y cuántas veces nos falta el amor en el día a día, cuando corremos, cuando nos agotamos, cuando no nos permitimos amarnos ni un instante aunque sea.

Poco a poco se acerca la hora de cerrar de nuevo mi pequeña maleta y acabar este viaje, pues otros muchos me esperan. Cada viaje aporta algo, y de este me voy cuerdamente enamorada y repleta de amor. Y me guardo en la maleta que, ya sea sola o acompañada, nunca he de olvidar encontrar esos pequeños detalles a los que amar.

Recojo mi maleta y contemplo por última vez en este viaje, pues creo que no será el último, a mi burbuja. Y, por última vez, sonrío. Paseo por los jardines, contemplo de nuevo la piscina y subo de nuevo la blanca escalera. Me giro, y observo la panorámica antes de irme. Y sonrío. Me dirijo a recepción y me despido de los amables recepcionistas. Y les sonrío. Y subo de nuevo al coche y emprendo un nuevo viaje.

Porque viajar es amar cada instante vivido.

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