«Buongiorno siora maschera»
Mucho tiempo atrás, Venecia se encontraba en su momento álgido de belleza, grandeza y diversión. La llegada del Carnaval se vivía como algo mágico. Preparar las máscaras, los vestidos, los trajes, los bailes y cada uno de los actos sociales en los cuales se miraba con lupa cada detalle.
Tras meses de elegir los colores y las telas, de pruebas con costureras, zapateros y ‘maschereri’, llega el momento de la transformación. La gran ilusión de los actores que participamos en los carnavales y el poder ser por un momento quien quieras ser. Aunque siempre comedida, pues no vaya a ser que ningún escándalo dé lugar a rumores sobre mi persona.
Corsé, enaguas y un precioso vestido. ¿Cómodo? Pues más bien no, aunque en esta época la comodidad es sinónimo de vagancia. Maquillaje y coloretes, pues no se ha de salir a la calle sin estar perfecta. Sí, me ocultaré tras una máscara, pero si da lugar a que tenga que descubrirme en algún momento, no he de ir desaliñada.
Cada ínfimo detalle impecable. Todo ha de estar perfecto. Y, por último, mi máscara. La sensación de dejar de ser yo y convertirme en otra persona, en quien yo quiera. Un día, unas horas solamente. Pero por un momento desaparecen los problemas de la persona que escondes. Las cargas diarias se desvanecen. Tu nuevo personaje será como quieras que sea. Alegre, interesante, prepotente, embaucador, discreto. Es la hora del Carnaval.
— Buongiorno siora maschera — se escucha por las calles. Hombres y mujeres enmascarados pasean por los canales en dirección al baile al que han sido invitados. Da igual la clase social de cada uno. Las máscaras ocultan incluso el rango social y el cargo de los actores que hay debajo.
Sonrío, aunque de poco sirve. Oculta tras la máscara, los demás sólo ven un gesto perenne en mi rostro. Aunque si realmente se quiere ver más allá, si se fija la mirada en los ojos de la otra persona, cuanto o más que en su gesto se puede leer. Ojos marrones cuyo brillo delatan mi expectación.
Y por fin, llego al bal masqué (baile de máscaras). La música suena y, en el centro de la gran sala, la gente baila. Como si de la abadía del príncipe Próspero se tratara, todo está decorado e iluminado para la celebración. Vestidos preciosos y máscaras por todos lados.
Observo desde un lado las miradas de los actores y sus posturas corporales. Todo es correcto, elegante, seductor. Es entonces cuando notó un suave tacto en mi hombro. Un hombre enmascarado extiende su mano y me invita al centro de la sala para bailar.
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