Colmar en Navidad

Deja que el calor de la Navidad te atrape en Colmar.

   Es diciembre en Alsacia. Las calles ya están iluminadas, los escaparates exponen sus mejores galas y, junto con el frío, llega el calor navideño para templar nuestro espíritu. Seducida por esta explosión de luces y colores viajando, decido alquilar un coche y dejar que el espíritu de la Navidad me absorba por completo. Me apetece rodearme de mercadillos navideños en un pueblo de cuento. Y esto sólo puede suceder en Colmar.

   Me levanto temprano pues tengo aproximadamente una hora de trayecto. La escapada será rápida, pero me apetece aprovechar el día y las horas de sol al máximo, y algunas de oscuridad también. Aunque vaya motivada por sus famosos mercadillos navideños, Colmar tiene muchas cosas que ofrecerme y no me gustaría perderme nada.

   Siguiendo las indicaciones del GPS ya entrando en el pueblo, me dirijo a un parking gratuito. Hay bastantes opciones de parking en Colmar, pero pruebo suerte y… ¡sí! Encuentro parking bastante rápido. Y nada más salir del coche, ya siento un cosquilleo navideño por mi piel.

   Está todo nevado, hace bastante frío y necesito entrar en calor antes de comenzar a explorar. Me dirijo a Au Croissant Doré, recomendación de un gran chat de amigos, para tomar un ‘café grand crème’ y un crujiente y delicioso croissant. Ahora entiendo porque son tan famosos sus croissants y porqué hay que venir tempranito si quieres probarlos. Podría quedarme degustando cada una de sus tartas, cookies y muffins, pero por lo que he investigado no creo que vaya a tener problemas gastronómicos en Colmar.

   Después de desayunar, aunque sin tiempo para poder detenerme en museos, no puedo dejar de pasar por delante del Musee Bartholdi. Como su nombre indica aquí vivió Frédéric Auguste Bartholdi. No soy experta en historia ni en arte, pero la Estatua de la Libertad no pasa desapercibida para nadie y, de un modo u otro, su origen se encuentra aquí.

   Justo en frente del museo, tras un pequeño pasaje, me asomo a ver la Corps de Garde de Colmar. Lo que antiguamente era un cementerio y una capilla, y terminó siendo la casa de la guardia. Su arquitectura renacentista realmente merece una pequeña pausa para ser contemplada. Está catalogada como monumento histórico desde el 5 de julio de 1958 y no es de extrañar el porqué, pues su fachada, sus arcos, su puerta de acceso y su precioso balcón falso son dignos de ser admirados.

Maisson Pfister 📌 Foto @Colmar Tourist Office

   Retomo mi camino por la Rue des Marchands y me dirijo hasta el cruce con las calles Rue Mercière y Rue Schongauer para ver a mi derecha (en la foto a la izquierda) la Maison Schongauer, con sus arcos bajos, sus ventanas de madera y el contraste de colores de su fachada, es otro claro ejemplo de la belleza de este lugar.

   Y, por supuesto, para contemplar a mi izquierda el mejor ejemplo del renacimiento arquitectónico en Colmar, la Maison Pfister. Cada calle, cada rincón de esta ciudad parece literalmente sacado de un cuento, y la Maison Pfister es uno de los mejores ejemplos de ello. Con su precioso balcón de madera tallado, sus tejados puntiagudos, su torre octagonal, su mirador, sus ventanas, sus decoraciones en madera, sus tejas verdes, su conjunto. Es, literalmente, la mansión de un cuento de los hermanos Grimm.

   Bordeo la Maison en dirección para tomar la Rue Mercière y salir, en apenas unos metros, a la Place de la Cathédrale y quedar fascinada ante la magnanimidad de la Eglise Saint-Martin, o Collégiale Saint-Martin. Se trata de la iglesia más grande de Colmar y en ocasiones por ello se la conoce como Cathédrale, aunque realmente no lo es. Su estilo gótico, sus pilares que sostienen la fachada, sus altas ventanas del ábside, sus portales ricamente esculpidos y su tejado de colores, no dejan indiferente a nadie. En pleno corazón de Colmar, con el azul grisáceo de un cielo invernal y un colorido carrusel de renos de Papá Noel al lado de esta grandiosa iglesia, es la postal navideña perfecta.

   Y así, en poco más de una hora, café y muchos rincones sorprendentes incluidos, he visitado el centro de Colmar.

Rue de l’eglise 📌 Foto @Colmar Tourist Office

   Ya son cerca de las 10.00 am, así que es hora de visitar mi primer mercadillo navideño. La mayoría se encuentran hacia el sureste de Colmar, pero como me encanta ir contracorriente, aprovecharé para ver el Mercado de la Place des Dominicains justo en dirección contraria. Alrededor de esta plaza, repleta de preciosas casas de madera decoradas, bajo el resguardo de la Église des Dominicains y un árbol de Navidad que destaca por encima de los puestos, se encuentra este mercadillo con aire espiritual. Aprovechando que más tarde hará bastante frío, me compro un conjunto precioso de guantes y gorro, pues este mercadillo es más conocido por sus textiles.

   Al continuar mi recorrido, observo bien los alrededores de la Iglesia. Su fachada de sillares de piedra de colores ocres, sus enormes contrafuertes y su torre de más de 70 metros que nos deleita con una exquisita sonería de campanas. Se trata de una de las iglesias góticas más importante de toda Alsacia. No está abierta, así que me quedo con la espinita de ver el retablo de La Virgen de las Rosas de Martin Schongauer. Siempre es bueno tener algún motivo por el que volver 😉. Pero disfruto mucho contemplando su exterior adornado con el calor de este mercadillo.

   No tenía muy claro si tendría tiempo de desplazarme un poco, pero ¿cómo no hacerlo? He de ver, por rápido que sea, al menos la fachada de la Maison Des Têtes. Su nombre es debido a las 106 pequeñas cabezas de piedra que decoran la fachada. Construido en 1609 es un monumento histórico del Renacimiento alemán. Y, a día de hoy, es un restaurante galardonado con estrella Michelin y un hotel con muchísimo encanto. Soñar con alojarse aquí cuesta muy poco.

Maison des Têtes 📌 Foto @Colmar Tourist Office

   Ya con ganas de seguir visitando mercadillos y con algo de apetito a media mañana, retrocedo sobre mis pasos y me dirijo al Mercado Place Jeanne D´Arc de Colmar, pues está dedicado a los productos de la región y sé de buena tinta que hay unos vinos calientes deliciosos. Este mercado me sorprende. Rodeado de casas típicas, de aroma a tradición y del calor de sus gentes, es otro rincón mágico. Paseo por sus puestos, absorbo sus aromas, pruebo sus dulces, entro en calor con un buen vino caliente que me sienta de maravilla y, a parte de comprar algún producto típico para llevar a casa, compro un delicioso bretzel casero en una de las casetas.

   Bollo en mano, continúo paseando y empapándome de la esencia de Colmar. Observo la Église Saint-Matthieu a mi izquierda, donde se celebra cada año el ‘Festival international de musique de Colmar’ por el gran espacio que tiene dedicado para el coro y por sus notables cualidades fonéticas. Otro motivo más por el que volver a Colmar.

   A continuación, paso por delante de la Maison des Arcades, edificio de estilo renacentista del que destacan, como su nombre nos avanza, sus arcadas. Cada paso que avanzo es como escudriñar pequeños rincones mágicos, y creo que esa es la gran belleza de este pueblo.

   Y entre rincones de casitas de madera de cuento sigo avanzando, hasta alcanzar el Marché de Noël – Place de l’Ancienne Douane. Con aproximadamente unas 50 casetas de madera alrededor de la Fuente de Schwendi, escultura de Auguste Bartholdi, es un mercadillo tan mágico como el entorno que lo rodea. Está rodeado de preciosas casas de cuento, árboles de navidad, luces, gente paseando y hasta Hansel y Gretel correteando. Si piensas en un mercadillo navideño, la imagen es esta. Y si piensas en una foto de Colmar en Navidad, seguramente también será desde este lugar.

   No puedo evitar recorrerlo hasta que ya es un poco tarde para comer, y más teniendo en cuenta los horarios de esta zona. Y aunque estoy al lado de mi siguiente mercadillo, al cual además tengo muchas ganas de ir, prefiero hacer una pequeña pausa y degustar la mejor tarta flambée de toda Alsacia en el restaurante La Soï. Llego en apenas un minuto porque Colmar es inmenso en encanto, pero muy pequeño en distancias y en un momento llegas donde quieras.

   Pido mi mesa, pues he tomado nota en mi cuaderno de viaje que tenía que reservar o iba a ser imposible comer aquí porque está completo todos los días. Pido un buen vino de la zona, otra de las cosas que no puedo evitar conocer de cada lugar que visito, y como buena amante del queso, pido una Chèvre con queso de cabra. Se me hace la boca agua sólo de esperar y mi estómago empieza a rugir. Pero una vez delante, con ese aroma, ese calor, la devoro a la vez que cada papila gustativa la disfruta. Y para postre, una tarta de manzana que no puede estar más buena. Comida de cuento, no podía ser de otra manera.

   Y ahora sí, estómago lleno de nuevo, vuelvo hacia atrás a un edificio al que ya le he echado el ojo disimuladamente, como si hubiera estado flirteando con él al otro lado de la barra del bar. Se trata de la casa Koïfhus, otro de los emblemas de esta ciudad por ser una de las construcciones más antiguas. Y en su interior se encuentra un mercado para los amantes de las antigüedades y de la artesanía.

Place del’Ancienne Douane. Exterior Casa Koïfhus 📌 Foto @Colmar Tourist Office
Interior Casa Koïfhus 📌 Foto @Colmar Tourist Office

   Feliz cual perdiz, me hago con un precioso anillo artesano con pequeños cristales azules que me llamó desde lo lejos. Y de paso también un libro antiguo, amarillento y en francés el con la ayuda de un diccionario quizá algún día pueda leer, pero cuyo aroma a mí me enamora. Y como un clásico amarillento es una gran joya, “Le Tour du monde en quatre-vingts jours (“La vuelta al mundo en ochenta días”) de Jules Gabriel Verne se viene conmigo.

   Ya comienza a caer el sol, por lo tanto, tampoco podrá durar mucho más mi cuento. Así que antes de ir al próximo y último mercadillo, me doy un paseo deleitándome un poco más de cada preciosa calle. Hasta llegar al Pont st-Pierre y, literalmente, morir de amor con la visión de la Petite Venise totalmente decorada e iluminada mientras cae el sol. Retengo cada pixel de esta imagen en mi retina, pues es el cuento de los cuentos. Y sin aliento ni palabras permanezco contemplando impasible.

Point st-Pierre 📌 Foto @Colmar Tourist Office

   Me obligo a mover mis pies y mi cuerpo, pues aún me quedan sitios que no quiero perderme, aunque me cueste decir adiós a este rincón. Vuelvo de nuevo sobre mis pasos porque sí, he venido a posta a contemplar esta maravilla, y llego por fin al Mercado de Navidad más mágico, el de los niños, en la Petite Venise. Lo mejor lo he dejado para el final.

   Un mercadillo lleno de casitas de colores que parecen decir “cómeme”, juegos, peluches, animales, una feria navideña preciosa, un buzón gigante donde mil sueños podrían salir de ahí e incluso un Belén. Y con la luz de la sonrisa de cada niño, aquí es donde descubro que la magia también se hace realidad.

   Al cruzar de nuevo el puente me detengo de nuevo, chocolate caliente en mano, a contemplar sobre el humeante calor que sale del vaso una pequeña góndola con Papá Nöel mientras los cisnes pasean en calma a su alrededor. Este barrio de pescadores, manteniendo la arquitectura y belleza del resto de la ciudad con el añadido del pequeño canal de agua, es el lugar que motivó este viaje, y no me defrauda en absoluto. Ya de por sí tiene que ser hermoso, pero además completo en su lejanía de luces y decoraciones de navidad es, como toda esta ciudad, mágico.

   Y como ya se va haciendo tarde, pues erróneamente no he buscado alojamiento para quedarme y disfrutarlo más (tercera excusa para volver), no puedo alargar mucho más pues aún me queda un trayecto de vuelta en coche. Pero creo que me da tiempo a retroceder un poquito los pasos y atreverme a patinar en la pista de patinaje popular que hay en la Place Rapp.

   Ya de noche, entre las luces y con mi nariz roja, me deslizo sobre la pista lentamente, disfrutando y procurando no tocar hielo. Veo a niños disfrutando, parejas patinando de la mano, padres vigilando a sus hijos desde fuera con una sonrisa. El espíritu de la Navidad es precisamente esto. Es alegría de estar, de sentir. Sentir calidez en el mayor de los fríos. Es sonreír sin saber muy bien porqué, simplemente porque hay felicidad en el rostro de otras personas. Y es ahora cuando desearía que siempre fuera Navidad sólo por eso, por sonreír al sentir felicidad.

   Y plenamente cargada de felicidad retomo mi lenta y calmada vuelta al coche. La ciudad ahora totalmente iluminada es el colofón a un repertorio de mágicas imágenes que no olvidaré jamás. Recorro de nuevo calles ya andadas, como la Rue des Marchands. Puedo contemplarlas ahora iluminadas y despedirme de esta ciudad, con ojos brillantes y una sonrisa que jamás desaparecerá.

Pues, ahora más que nunca, ya es Navidad.

Rue des Marchands 📌 Foto @Colmar Tourist Office

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