Cada vez que pronuncio tu nombre
un acorde de escalofríos recorre mi piel.
Todo viaje me llena de emoción, pero ir a Granada es sentir que un sueño se vuelve realidad. Cuántas veces te habré visto sin verte, te habré sentido sin tocarte, te habré paseado sin andar por ti. Pues ya lo decía William Shakespeare que «Todo curioso viajero guarda a Granada en su corazón, aún sin haberla visitado”. Te he anhelado durante muchos años, un largo romance en la distancia. Por fin ha llegado la hora de conocernos.
Agarro mi pequeña maleta y la cargo al coche. Una parte muy importante de cada viaje, es el camino que nos acerca a nuestro destino. Y de este viaje quiero disfrutar cada detalle. Aunque hay muchas maneras de viajar a Granada, recorrer España en coche es bastante cómodo y permite contemplar sus grandes contrastes. Desde llanos interminables por donde nuestros Quijotes y Sanchos vagan sin cesar a costas kilométricas que bordean el Mediterráneo, de altísimos picos nevados a extensos parajes verdes, venas de ríos que corren en todas direcciones y muchos acentos con los que conversar. Disfrutar de todo ello antes de nuestra ansiada cita, querida Granada, es algo que no puedo rechazar.
Después de kilómetros y horas de trayecto por los parajes que te rodean, atisbo a ver un punto mirando al cielo que me indica tu cercanía. Sierra Nevada no pasa desapercibida, no puede. Ella da la bienvenida a lo que se esconde tan cercano. Pues tras ella, vislumbro tu tesoro más deseado: La Alhambra. Cada vello de mi piel se ha erizado a saludarte. Llego a ti cuando el sol, aún en lo alto, apenas comienza su trayecto de descenso. Y juraría que enfoca cada rayo de luz hacia tu enclave. ¿Tanta magia albergas, Granada?
Una vez dentro de la ciudad, me dirijo antes de nada a dejar el coche en el parking que me comunicó el hotel con antelación a mi llegada. Así que procedo según las indicaciones y me dirijo rebosante de expectación hacia el Hotel Casa 1800 Granada. Si tiene la mitad de encanto que se aprecia en las fotos, habré hecho una gran elección. Granada siempre me ha transmitido esa sensación de magia, de duende. Y cuando vi este hotel fue un flechazo cargado de esa misma sensación.
Este hotel boutique está ubicado en el barrio del Albaicín, en un edificio del siglo XVI manteniendo la esencia del mismo, y eso se percibe nada más acercarse a la estrecha calle donde se encuentra y observar su fachada. Aunque apenas la observo mientras me aproximo, porque en cuanto llego al portal, entro ensimismada por sus acogedoras luces y su elegante decoración. Atravieso su acristalada puerta desde la que observo unas escaleras bajas que ascienden a un espacio abierto alcanzando por los rayos de sol. Pero antes de llegar hasta allí, accedo a la primera puerta que encuentro a mi derecha para hacer mi registro en la recepción como corresponde.
— Buenas tardes. ¿En qué puedo ayudarla? — me saludan mientras yo observo cada detalle de la recepción: el gran mostrador oscuro de madera con sus dorados adornos; las lámparas de araña que iluminan esta zona principal; la delicada mesa blanca, también con detalles dorados, donde un acogedor ramos de flores frescas nos da la bienvenida; su techo con cálidos colores que me transporta al mundo mudéjar.
— Buenas tardes — consigo finalmente decir —. Tengo una reserva para dos noches.
Entrego el DNI mientras comprueban mi reserva. La amable recepcionista toma todos los datos y comienza a realizar el registro para ofrecerme a continuación mi llave.
— Perfecto señorita Lidia, esta es la llave de su habitación. Aquí tiene datos de información y contacto del hotel por si en algún momento necesita solicitarnos algo. Los desayunos se sirven de 08:00hrs a 11:00hrs. Además, cada tarde de 16:30hrs a 18:30hrs ofrecemos una merienda de cortesía para nuestros cliente. Ambos servicios los ofrecemos en el patio central, pero si algún día de su estancia desea desayunar en su habitación sólo tiene que solicitárnoslo. Esperamos que disfrute mucho de su estancia en el hotel y en la Ciudad de Granada. Si necesita cualquier servicio o información sobre la ciudad, estaremos encantados de ayudarla.
— Muchísimas gracias — contesto sonriente, pues el trato además de rápido, ha sido exquisito.
Acabo de llegar y ya estoy hechizada. Conforme avanzo ascendiendo hacia mi habitación, paso por el precioso patio central. Sus mesas perfectamente colocadas, las plantas, el detalle de las puertas y ventanas trabajadas, la calidez de las escaleras y barandillas en madera, una antigua fuente o bebedero con dos caras, la pintura de sus paredes, sus columnas… Todo parece cuidado al detalle, y así es como me siento ahora mismo, mimada. Veo el ascensor, pero como mi pequeña maleta apenas pesa, prefiero subir por las escaleras y disfrutar de este patio y de cada una de las perspectivas que ofrece.
Tras mi contemplativo trayecto, llego a la puerta de habitación ansiosa porque si todo es así, ¡cómo será mi habitación! Pues es como si me sumergiera en mágica calidez. Desde cada hilo de la perfectamente escogida colcha hasta las vigas de madera del techo emana calidez. Sus delicados contrastes entre el blanco, la madera y los tonos dorados es más bonito incluso que en las fotos. Y el detalle de las flores dice mucho de cómo cuidan al cliente. Echo un vistazo también al baño, que aún con las modernidades de que disponemos hoy en día conserva también ese toque palacial al igual que el resto de estancias.
Me dirijo rápidamente a la ventana para abrirlas de par en par y alcanzar el éxtasis. El olor de inciensos, agua, flores, piedra llega como si de un hechizo se tratara. Y la mirada se pierde pues tengo las mejores vistas de Granada. Sobre los tejados del Albaicín, contemplo a la Alhambra. Una auténtica maravilla. Me podría quedar leyendo bajo esta ventana eternamente, pero sé que me espera mucha belleza también fuera de esta habitación de cuento.
Antes de que se haga de noche, he de presentarme a Granada. En apenas unos pasos, ya estoy recorriendo el Paseo del Padre Mangón, lo que tus gentes conocen como el «Paseo de los Tristes», aunque a mí tristeza no me genera. A los pies de tu castillo y junto al cauce del río Darro, disfruto de las vistas y de la brisa granadina. La gente y el ruido de la calle me acompañan y me dibujan una sonrisa a cada paso. Me dirijo paseo abajo partiendo desde la Plaza de Santa Ana y paso por delante del Palacio de la Chancillería, edificio que alberga el Tribunal Superior de Granada. Cruzo entre las terrazas de la Plaza Nueva, llenas de gente conversando, riendo, tomando unas cervezas con una de tus famosas tapas.
Continúo por la calle Reyes Católicos observando tus comercios hasta llegar a la Plaza Isabel la Católica y observar su estatua. Pero antes de bordearla y proseguir mi ruta, vislumbro a mi derecha el largo paseo de la calle Gran Vía de Colón enmarcada por frondosos árboles. Giro sobre mí misma 360 grados para observar cada detalle y respirar el aroma de tu centro neurálgico. Me adentro por la Placeta de Tovar, frente a la Audiencia Provincial de Granada, hacia la estrecha calle Molino de la Corteza del Carmen. Rodeo el edificio de tu Ayuntamiento para seguir callejeando por tus calles y alcanzar el epicentro de tu famosa calle Navas, recomendada sólo para amantes del arte del tapeo. Ahora estoy ante un gran dilema ¿derecha o izquierda? Bueno, pues haré un par de paradas por la derecha y alguna por la izquierda.
Primerísima e indiscutible parada: Bar Los Diamantes. Tras horas de investigación por internet y de preguntar a amigos granaínos, era una parada obligatoria. Así que pido una clara de limón bien fría (no me lo toméis en cuenta amantes de la cerveza) y me sirven una tapa de pescaíto frito. A mí, en una buena cita, se me termina conquistando por el estómago y las sensaciones. Con tu magia, tu esencia y tus tapas, como no caer rendida al suelo de tus calles Graná.
Disfruto cada pieza de pescaíto pues bien merecida es la fama de este bar y su presencia durante tantos años. Apuro hasta el último sorbo de la clara y no me alejo demasiado, pues nuestra segunda parada se encuentra a escasos metros al otro lado de la calle. Ahora toca degustar una buena tapa de carne en EntreBrasas. Pero para acompañar una deliciosa carne a la brasa nada mejor que una copita de vino tinto, y es que yo me vengo arriba muy rápido 😅. Y como también se viene arriba el hambre y se me acentúan los colores, pido una tapa de bravas, que son mi perdición y vienen perfectas para acompañar estos manjares.
Me adentro hacia el lado opuesto de la calla Navas pasando por delante de varios locales en los cuales estoy segura que podría tomarme una última tapa. Pero me reservo para ir a probar un pulpo con apellido famoso que me han recomendado en Rosario Varela. Así que me apresuro a llegar para poder disfrutar de la tapa de rigor (si un bar en Granada no te pone la tapa, no es de Graná) y de este ansiado Pulpo Gaudí. Pido mesa al camarero que enseguida me acompaña a una situada junto a la ventana. Esta vez pido una copa de fresco vino blanco, porque lo de mezclar cuando me vengo arriba es una pequeña debilidad 🤫.
Al poco me sirven mi copa y una tapa. Y cuando apenas estoy terminando de degustarla, llega el plato estrella del que deduzco que su nombre viene inspirado por la decoración del mismo, o viceversa. Pincho el primer trozo de «pulpo con parmentier de calabaza, sobrasada y aceite ahumado» y al llevarlo a la boca, simplemente, sonrío de placer. ¡Qué bonito es comer en Granada!
Terminada mi ruta de tapas, porque no me cabe nada más, me dirijo hacia Plaza del Carmen, donde se encuentra el Ayuntamiento de Granada. Me consta que su patio interior es digno de admirar, pero a estas horas ya no hay nadie. Además, no tengo tiempo que perder, tengo una cita muy especial en unos Palacios esta noche. ¡Taxi!
Hay muchas maneras de visitar la Alhambra, pero la visita nocturna aunque no sea la más completa, sí sea quizás la más Mágica. ¿Cuántos cuentos se esconden en siglos luces y sombras de los más bellos muros que jamás hayas visto? ¿Cuánto se habrá escrito sobre la lindeza de este castillo?
El resto de la Alhambra, que aunque ya lo había visitado desde la comodidad de mi casa (aunque en inglés la boca se abre igual), lo visitaré mañana en directo, pues para visitar esta maravilla hay muchas alternativas posibles. Pero hoy llego al Pabellón de Acceso 10 minutos antes de las 22:00h y aún sin comenzar ya se me eriza el vello pues, querida Alhambra, mis ganas de contemplarte son infinitas…
La visita nocturna me permite conocer bajo la luz de una hermosa luna creciente la Dar al_Mamlaka, o lo que hoy conocemos como Palacios Nazaríes. Están formados por el Mexuar, el Palacio de Comares y el Palacio de los Leones. Construidos entre los siglos XIII y XIV, llegan a nuestros días con elementos que se mantienen desde entonces y otros añadidos tras la conquista de los Reyes Católicos.
La visita comienza en el Mexuar, antiguo Salón del Trono donde se daba audiencia y justicia, y posteriormente pasó a ser una Capilla Cristiana. Contemplo el espacio más antiguo de esta visita, que ya me adelanta que cada paso que de será más cautivador. Avanzo hasta el Patio del Mexuar donde me encuentro frente a una pequeña taza de mármol situada entre el Cuarto Dorado, la sala de esperas más hermosa que haya visto nunca con esos tres arcos peraltados sostenidos por dos columnas de mármol, y la fachada del Palacio de Comares, con una decoración realmente impresionante.
Cada trazo de su detalle y los detalles epigráficos que completan cada espacio de esta proporcionada fachada. Pues si se investiga un poco sobre la arquitectura de la Alhambra, esta fachada es considerada uno de sus componente más importantes, bellos y toda una lección de la proporción aúrea, o De Divina Proportione según Luca Pacioli. Proporción que se encuentra en la naturaleza (en los pétalos de las flores, los tallos de lo árboles, conchas, galaxias e incluso en el cuerpo humano) y que ha sido utilizada para la creación estética pues nos da la sensación de belleza. Y esa, es precisamente la sensación que produce esta fachada.
Accedo al Palacio de Comares, construido en el apogeo del reinado nazarí. El Patio de Arrayanes, otra de las imágenes de la Alhambra más conocidas, y no es de extrañar por la hermosa alberca rectangular que lo atraviesa. Sus calmadas aguas reflejan la bella arquitectura de este edificio gracias a la ayuda de un foco que simula una inalcanzable Luna. Y aunque hechizada por este mágico momento de vida, atravieso la Sala de Barca. Desde que accedo por ese arco decorado con infinitos huecos que parecen hojas, no puedo apenas bajar la mirada.
Así, sin bajar la mirada, accedo al Salón del Trono o Salón de Embajadores para contemplar cielos tallados. Dentro de la gran Torre de Comares, contemplo el interior de un cubo completamente decorado con zócalos de azulejos y ventanas a ras de suelo, paños de yesería con tallados geométricos, caligráficos y motivos vegetales de hermosos colores, que elevan de nuevo mi mirada para admirar la Cúpula de los Siete Cielos. Tal como pretendían, realmente es un ascenso de emociones hacia el paraíso.
Continúo disfrutando de esta noche por un pasillo exterior integrado posteriormente por el reino cristiano. Aunque su arquitectura está lejos de la espectacularidad de estos palacios, me ofrece la inigualable imagen del precioso entramado de calles del Albaicín tenuemente iluminado. Aún por construcciones posteriores al reino nazarí, paso por delante del lugar donde el gran Ernest Hemingway escribió «Cuentos de la Alhambra«.
Por fin llego a la Sala de Dos Hermanas, quizá la estancia principal por su rica decoración. De nuevo un zócalo de azulejos envuelve la estancia. Sobre él, paños de estuco que cubren en su totalidad sus paredes engalanadas con poemas en litografía árabe. Y de nuevo, una cúpula de mocárabes en forma de estrella de ocho puntas. En esta ocasión, los dieciséis ventanales forman un octaedro y dan una iluminación de fantasía a esa bóveda que juega entre formas de estrellas, geometría y flores. Es una melodía visual.
Una canción que continúa al pasar por la Sala de los Aljimeces y su techo de mocárabes, y llega al tercer movimiento al alcanzar el Mirador de Lindaraja. El único mirador donde no sé si quiero mirar a través de él o dejar mi mirada dentro. Bellísimos mosaicos de azulejos adornan su parte baja y decoran los arcos de entrada. Sus ventanales enmarcados con los zócalos, pequeñas columnas de mármol a la misma altura y unos arcos que parece ganchillo tallado. Y sobre ellos, arcos de mocárabes y paños totalmente decorados con figuras geométricas perfectas. Culminado todo ello por una bóveda de cristales de colores apenas apreciables en la oscuridad de la noche.
El final de esta melodía llega al asomarme al lado contrario de la Sala de Dos Hermanas y vislumbrar iluminándose a cada uno de mis pasos la joya de la Alhambra: el Patio de Los Leones. Qué difícil es describir tanta belleza. El suave sonido del agua que brota de la boca de doce leones resplandecientes por la noche. Los arcos de luces y sombras a los que apunta cada uno de los cuatro finos ríos delicadamente marcados en el mármol. Las caladas decoraciones de sus fachadas sobre ciento veinticuatro columnas de mármol. Y de nuevo el agua que te seduce para contemplar la taza tallada en poema que sostienen esos doce leones de cabeza erguida.
En el siguiente lateral accedo a la alargada Sala de los Reyes. Dividida en pequeños espacios rectangulares por hermosos arcos de mocárabes, entre los que se observan bellas cúpulas también de mocárabes y otras, algo más pequeñas decoradas con pinturas posiblemente de la época cristiana.
En otro lateral, la Sala de los Abencerrajes, familia cuya sangre permanece aún marcada en la fuente central. Fuente que nos invita a transportarnos de nuevo al cielo a través de una esplendorosa cúpula de ocho puntas cada una con dos ventanas que filtran la luz de la noche y muestran tan delicadas talladuras. Y para terminar de bordear el majestuoso patio, paseo contemplando la Sala de los Mocárabes, antigua entrada al palacio. La bóveda deja clara su reconstrucción posterior, pero tres grandes arcos de mocárabes como el nombre indica nos abren paso de nuevo al eje central de este palacio.
Y completamente hechizada vuelvo a ese patio que parece embellecer a cada mirada. Cada vez que contemplo tan minucioso trabajo en la piedra que contiene las dependencias del Palacio de los Leones, pienso en las manos que lo hicieron. A mí me cuesta hacer dos firmas iguales y aquí contemplo metros y metros de decoraciones mocárabes absolutamente perfectas a mi mirada. Porque no soy ninguna experta en arte, ni en arquitectura, ni tan siquiera en historia. Pero admiro la belleza porque el ser humano está diseñado para encontrar hermosa la simetría. Y si justo antes de abandonar este lindo sueño, tuviera que definir la Alhambra con dos palabras, sería:
» Perfecta Belleza «
— Disculpe — le pregunto al taxista de regreso al hotel, aún en brazos de la luna —, ¿cuánto hay de aquí al hotel caminando?
— Habrán unos 10 minutos paseando — me contesta el taxista —. ¿Quiere que pare aquí?
— Sí, por favor. Me apetece pasear en esta mágica noche — le explico sonriendo mientras miro por la ventanilla del coche a la Alhambra iluminada.
El taxi se para en el Puente del Aljibillo, justo al inicio del Paseo de los Tristes. Así podré pasear por el tramo que me ha quedado pendiente esta tarde. Además, pasear bajo las luces de la luna y la Alhambra, con la compañía del cauce del río Darro, es hechizante.
Apenas comienzo a caminar, el sonido del agua se acentúa al pasar por la Fuente de este famoso paseo. Continúo y observo el monumento a Mario Maya, bailaor cordobés, sevillano y granadino, pues fue en las cuevas del Sacromonte donde nació esta leyenda. Justo frente a él, se puede contemplar al otro lado del río, bajo la Alhambra, el ya abandonado Hotel del Reuma. Si no eres fan de leyendas de «espíritus de enfermos que vagan por el edificio», mejor continuar el camino.
Justo después se encuentra el que para mí es mi favorito de los catorce puentes que cruzan el río Darro. Sí, quizá sea poco original al elegir este puente. O quizá sea porque es uno de los puentes más antiguos y, aunque sé que fue reconstruido en el 1882, me gusta imaginar que desde el mirador de Lindaraja contemplaban quién cruzaba por este puente. El nombre de este puente no es una casualidad, pues justo aquí se encuentra la casa de las Chirimías. Edificio de carácter festivo, pues desde su primer piso antaño se presidían las celebraciones y se acompañaban con la música de chirimías desde su segunda planta. Quizá sea el punto más alegre y folclórico de todo el paseo.
Continúo paseando por este mágico paseo rodeado de leyendas e historia. Paso por delante de la Capilla del Monasterio de San Bernardo y contemplo el Homenaje a la Virgen del Rocío que se encuentra en el lateral de la Parroquia de San Pedro y San Pablo. Pero al pasar el lateral de esta Parroquia, lo que me interesa es justamente la casa situada al otro lado de la calle. Justo alzo la mirada y encuentro ese balcón tapiado en su esquina y leo «Esperándola del cielo».
Cuenta la leyenda que esta casa pertenecía a Hernando de Zafra, secretario de los Reyes Católicos, quien vivía sólo con su hija Elvira. Ella se enamoró de Alfonso de Quintanilla, hijo de uno de sus enemigos. Los jóvenes enamorados se veían en la habitación de Elvira a escondidas con la ayuda de uno de sus pajes.
Hasta que una noche, Hernando, tratando de pillar a los jóvenes de improviso, entró en la habitación. A Alfonso le dio tiempo a escapar por el balcón, por lo que Hernando se encontró a su hija y al paje. Hizo que le colgaran del balcón mientras el paje pedía clemencia, a lo que Hernando le dijo: “Colgado quedarás, esperándola del cielo”. Después hizo tapiar el balcón y que esculpieran esta frase para todo aquel que pretendiera acercarse a su hija. Elvira quedó confinada en su habitación hasta que no puedo soportar tanta tragedia ni el hecho de quedar aislada de Alfonso, quitándose la vida envenenándose.
Más tarde, cuando Hernando de Zafra murió, dicen que llovió tanto que el río Darro se llevó su féretro y nunca se encontró. Parece ser que de ahí nació una expresión muy granadina: «Llueve más que cuando enterraron a Zafra».
La casa a día de hoy alberga el Museo Arqueológico y Etnológico de Granada. Y por su la leyenda no fuera suficiente, los trabajadores del museo dicen haber visto a una joven dama vagando por el edificio, a la que llaman La Dama blanca de la Casa de Castril.
Rodeada de fantásticas leyendas y misterios, prosigo mi camino contemplando los restos de la antigua Puerta de los Tableros, actualmente conocido como Puente del Cadí, puerta y puente de uso militar durante la taifa zirí. Y justo a mi derecha, el acceso a El Bañuelo. Y sí, quizá su nombre anuncia más que su fachada sobre lo que hay en su interior. Justo en mitad de este paseo se encuentra uno de los baños árabes, de uso público, mejor conservados. Quizá ese carácter discreto es lo que ha permitido que hayan resistido hasta el día de hoy. Y gracias a ello me imagino cómo sería poder bañarse con la luz de la luna entrando por los diferentes tragaluces, octogonales y en forma de estrellas, que poseen sus bóvedas de ladrillo.
Imaginándome baños de cuentos, pues no podría ser de otra manera, sigo mi paseo dejando a mi derecha el Centro de Documentación Musical de Andalucía, a mi izquierda el Puente de Espinosa y continuando por la Carrera del Darro. Así, disfrutando de rayos de luna y reflejos de la Alhambra, llego hasta la esquina con Cuesta Aceituneros. Y así, girando hacia mi derecha, me despido por hoy de ti con este hechizante paseo.
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