Viaje de Navidad

   Érase una vez un principito cuyo padre no era rey ni reina su madre era. No venía de una familia de linaje ni de alta cuna. Su familia era humilde, pero con grandes valores. En su casa no había diamantes ni joyas, pero besos y abrazos nunca faltaban. El más pequeño de la familia, cuya historia contaremos, quería retener toda la belleza en sus ojos, en sus oídos toda la música, en sus labios mostrar todas las sonrisas, en su nariz percibir todos los perfumes y con sus pequeñas manos hacer grandes obras.
   A este principito le encantaba visitar a la más anciana de la familia, pues oírla le hacía muy feliz. Ella le contaba historias, cuentos y refranes, muchos refranes. Y él, tumbado en el suelo, con su pequeña cabeza apoyada sobre sus pequeños puños, embelesado y con una gran sonrisa, la escuchaba.
   Se acercaba la Navidad, y el principito quería conocer más, aprender más. Y cada día visitaba a la anciana para que le contara más y más historias. Hasta que una tarde, se hizo de noche mientras la escuchaba y, sin apenas darse cuenta, sus pequeñas pero largas pestañas comenzaron a pesar cada vez más y más… hasta que dormido se quedó en el calor del hogar.
     — ¡Ey, principito! — oyó a lo lejos, entresueños, como alguien le llamaba —. ¡Ey, pequeño!
     — ¿Me llamas a mí? — preguntó el pequeño.
     — Sí, sí, a ti — le contestó otra voz.
   El principito abrió los ojos sobresaltado. Miró y miró a su alrededor…
     — ¿Dónde estoy? — preguntó asustado al darse cuenta que estaba en un lugar desconocido. Pero fue entonces cuando les vio. Melchor, Gaspar y Baltasar estaban frente a él, cada uno sobre su camello.
     — Nos vamos de viaje — le dijo Melchor —. Vamos a repartir regalos por todo el mundo. Y como tu deseo es descubrir y conocer, hemos decidido que nos acompañes.
   El pequeño estaba tan asustado como emocionado. ¡Los Reyes Magos le habían elegido a él! Recordaba las historias que en su casa le contaban sobre la Navidad y los Reyes Magos de Oriente, pero pensó que era demasiado pequeño para recorrer tanta distancia y, además, no estaban sus papás para acompañarle.
     — Vamos — le indicó Gaspar mientras comenzaban a moverse —. Tenemos muchos lugares que visitar y muy poco tiempo.
     — Tranquilo pequeño — le dijo Baltasar mientras le cogía en brazos y lo subía a uno de los camellos —. Cuidaremos de ti y te llevaremos pronto de vuelta a casa.
   Y aún sin entender muy bien qué estaba pasando, emprendieron su camino…

  
   Sin darse cuenta, en apenas un instante, se encontraban en la playa. Hacía calor y no se veía navidad por ninguna parte.
     — Pensaba que os acompañaba a repartir regalos de Navidad — les dijo el pequeño —, pero aquí no es Navidad.
     — Claro que lo es — le corrigó Gaspar —. Estamos en Kiribati o «Isla de Navidad«, el primer lugar del mundo que recibe la Navidad.
     — Querías conocer y vas a descubrir cómo se celebran las Navidades en distintas partes del mundo. Además — indicó Melchor —, no todos los niños del abren los regalos el mismo día. ¿Te gusta tu regalo principito?
   El principito asintió con la cabeza, pues poder aprender con los Reyes Magos era un gran regalo. Así que acompañó a los Reyes en su paso por Oceanía, donde las navidades no son blancas, sino que son color tierra y azul del mar. Donde no hacen falta ni gorros ni guantes, mejor un bañador y una tabla de surf.
   Un momento después, pasaron del calor y el mar a una alfombra de nieve en la cual sólo se veían las oscuras fachadas de las casas en contraste con la blanca nieve.
     — Abrígate pequeño, pues aquí hace mucho más frío.
     — ¿Dónde estamos ahora? — preguntó curioso el principito.
     — Estamos en Shirakawago, en Japón. Aquí la tradición es muy diferente a como se celebra en Occidente — le explicaba Melchor —. Pero mira qué bonito es.
   Y conforme Melchor le invitó a mirar, cada casa comenzó a iluminarse, una tras otra. Luz de color dorado que bañaba el manto de nieve bajo sus pies. Era el encendido de luces más bonito que había visto, y su pequeña boquita boquiabierta se quedó.
   Y de nuevo, al pestañear, estaban en un nuevo lugar. ¡Qué rápido viajaban! Pero…
     — ¡Aahhhhhh! — gritó el pequeño. Y corrió detrás de Gaspar todo asustado.
     — Tranquilo pequeño, tranquilo, es sólo un disfraz.
     — Es el Desfile Krampus. Estamos en la bonita Austria — le seguía explicando Melchor —. Existe la leyenda de que Krampus castiga a los niños que han sido malos. ¿Tú has sido malo principito?
     — No, no, yo no. ¡Yo me porto bien! — le contestó enseguida el pequeño, mientras volvía a esconder su cabecita detrás de la capa de Gaspar —. Este sitio no me gusta, me da miedo. ¡Vámonos, por favor!
     — Está bien. Veamos entonces qué te parece este lugar — le preguntó Gaspar mientras sacaba al pequeño de detrás de su capa.
   El principito entonces vio una plaza llena de luces de colores, tazas de vino caliente humeantes, adornos navideños, aroma a chocolate, a manzana y canela… No hizo falta que el pequeño dijera nada, pues sus ojos relucientes de colores que miraban a todas partes y su gran sonrisa lo decían todo. Los Reyes Magos sonreían mientras veían al pequeño avanzar embelesado hacia los colores de este pueblo mágico de Alsacia donde ahora se hallaban. Y decidieron parar apenas unos minutos para que el pequeño disfrutara unos instantes. Aunque apenas quedaba tiempo… así que de las abundantes luces de colores y del calor de la gente, volvieron a la fría nieve.
     — Me gustaba el sitio anterior — le dijo el principito a Baltasar —. ¿Podemos volver allí?
     — No pequeño, hemos de continuar. Pero esta parada será muy rápida, sólo saludaremos a un viejo amigo que vive aquí en Rovaniemi y que también tiene mucho trabajo en estas fechas.
   Entonces, en el cielo, vieron alejarse un trineo guiado por ocho renos y los Reyes Magos saludaron. El principito los miraba extrañado, pues ni siquiera habían visto apenas pasar a ese amigo suyo y ya se marchaban. Pero como decían los tres Reyes Magos, debían ser rápidos. Y así, tan rápidos fueron, que de pronto estaban en el otra del mundo, Colombia. De nuevo luces, todo un espectáculo de luces y fantasía. Los Reyes Magos disfrutaban mucho cuando al pequeño se le iluminaban esos grandes ojos.
     — Te gustan las luces, ¿verdad pequeño? — le preguntó Baltasar.
     — Si, me gustan mucho — le contestó sonriendo —. Las luces y la… — de pronto su voz se paró, y corriendo de nuevo tras la capa de Gaspar fue, con un nudo en mitad de la garganta.
     — ¿Qué te pasa principito? ¿Estás cansado? — le preguntó Gaspar mientras lo arrullaba en sus brazos.
     — No. Es que me guastaría estar con mis papás… — y ya no pudo frenar más su llanto.
   Los tres Reyes Magos le rodearon y le consolaron. Secaron sus lágrimas y le abrazaron para que el pequeño dejara de llorar.
     — Venga principito, pronto terminaremos y te llevaremos de nuevo con tus papás. ¿Quieres? — le dijo cariñosamente Gaspar.
   El pequeño terminó de secar sus lágrimas con la manga de su chaqueta, forzó una pequeña sonrisa y asintió con la cabeza. Se lanzó a los brazos de Baltasar para que lo subiera al camello y, en un nuevo pestañeo, estaban en un nuevo lugar. Un gran árbol iluminado le miraba, pero esta vez bajo sus pies no había nieve, sino hielo. Y música, cálida música navideña que le animaba a deslizarse sobre la pista.
     — ¡Qué divertido! — gritaba riendo el principito.
     — Ya sabía yo que Nueva York te haría sonreír de nuevo — le decía Gaspar.
   Y así fue, ya que allí jugaron y jugaron. El principito, paseando sobre el hielo, se lanzaba sobre Gaspar, Baltasar y Melchor entre juegos y muchas, muchas risas.
     — ¡Melchor! — exclamó de pronto Baltasar — ¡Se nos acaba el tiempo!
   Subieron corriendo al principito al camello y de nuevo, un segundo después, sol. Collares de colores, ruido de campanas y tambores, olor a carne asada… Y mucho, mucho movimiento suave y ondulante de caderas.
     — ¡Venga principito, a ver cómo bailas el Hula en Hawaii! — animaba Melchor.
     — No. Ya no quiero bailar, ni luces, ni comida, ni nieve — dijo el pequeño de nuevo triste —. Sé que quería conocer y aprender, pero lo que quiero ahora es estar con mi familia — continuó diciendo, comenzando nuevamente a llorar —. Quiero estar en casa con mis papás. Quiero a mi mamá abrazándome mientras mi papá toca la guitarra y ella me canta una canción. Quiero oír nuevas historias y cuentos. Quiero jugar con mis tíos y mis primos. Quiero abrazar a mis abuelos. Quiero estar en casa…
   Los tres Reyes Magos se miraron entre ellos, sonriendo y felices de oír los deseos del pequeño principito.
     — No hace mucho tiempo — comenzó a decir Melchor —, en Navidades, el deseo de tu familia fue que llegarás tú a sus vidas. Tú, que en una noche de tormenta les pusiste una sonrisa y les trajiste tanta felicidad. Y, desde ese momento, su único deseo es poder disfrutar de muchas navidades junto a ti — le confesó Melchor.

El principito les abrazó,
feliz de todo lo que tenía.


Cuantas cosas aprendía,
rodeado de quienes le querían.



Cuanto amor recibía cada día…

   Abrazado aún a los Reyes Magos, pensó que toda esa belleza que quería ver, su familia se la mostraba; toda la música que quería escuchar, sus papás se la tocaban; todas las sonrisas que quería mostrar, entre todos se las sacaban; todos los perfumes que quería oler, en su hogar los encontraba; y la gran obra que quería hacer, simplemente con nacer quedó realizada.
   Y así, como al inicio de esta historia, el principito se sumergió de nuevo en un sueño…
     — Arriba principito — escuchaba que le decían —, ¡te has quedado dormido!
   Era la voz de su papá mientras lo levantaba en brazos para llevarle a la cama, pues ya había llegado la hora de dormir.
     — Papá, mamá, ¡he estado con los Reyes Magos! — emocionado les gritó —. Me han llevado con ellos por todo el mundo y hemos visto mucha nieve, muchas luces, he tomado chocolate caliente y también hemos estado en la playa.
     — ¿En la playa? ¿En invierno? — le preguntó su mamá.
     — Sí, allí es donde comienza y termina la Navidad mamá. Me lo ha explicado Melchor.
   Sus padres sonreían mientras escuchaban y llevaban al pequeño a su cama. Después de tanto viaje, el principito tenía que estar agotado. Besaron su frente y le arroparon. Como cada noche, le desearon dulces sueños. Fue entonces cuando la más anciana, después de oír la historia que el pequeño contaba, se acercó a él y le dijo:
     — Hay un refrán que dice que «la experiencia nos hace saber que todo cuanto es increíble, no es falso». Descansa mi príncipe. Mañana habrán muchas más historias que contar y muchas canciones que cantar.

Y, besando su pequeña frente, lentamente se alzó, apagó la luz de la habitación del principito
y colorín colorado, esta historia no hizo más
que haber comenzado…

Lugares visitados en el Viaje de Navidad


Para mi principito.

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